Cuando se busca algo fresco y agradable, hay varias opciones que se disfrutan en distintos países y culturas: el helado, el gelato, el sorbete y el yogurt.
Aunque muchas veces se consumen sin pensar demasiado en sus diferencias, cada uno tiene características propias y un impacto distinto en la salud.
El helado es el más conocido en el mundo occidental. Su base principal es la crema de leche y el azúcar, a veces acompañados de yema de huevo. Esa combinación lo hace muy cremoso y suave, pero también lo convierte en la alternativa con más grasas saturadas y calorías. Por esa razón, conviene reservarlo para momentos puntuales y no hacerlo parte de la rutina semanal.
El gelato, originario de Italia, se prepara con más leche que crema, y suele llevar poca o ninguna yema. Se bate lentamente, lo que le da una textura densa y sabores intensos. Su contenido de grasa es menor que el del helado, aunque sigue conteniendo azúcares añadidos. Es una alternativa más ligera que el helado, pero no debe olvidarse que también suma calorías, de modo que lo recomendable es disfrutarlo de vez en cuando.
El sorbete se diferencia claramente porque se hace a base de agua y fruta, sin lácteos ni grasas. Es fresco, ligero y apto para quienes no consumen productos animales. Su único punto débil es el azúcar que a menudo se le añade en las versiones industriales. Aun así, sigue siendo una opción más amable para el organismo que el helado o el gelato, especialmente si se elige elaborado con fruta natural.
El yogurt merece un lugar aparte. Cuando se consume en su versión natural, sin azúcares añadidos, no solo refresca, sino que además aporta proteínas, calcio y probióticos que benefician la digestión y la salud ósea. En cambio, los yogures con azúcar añadido pierden parte de ese valor y se acercan más a una golosina que a un alimento nutritivo. Lo ideal es elegir el natural y, si se desea, darle dulzor con fruta fresca.
En cuanto a la frecuencia, las guías de organismos médicos internacionales como los CDC en Estados Unidos y la Organización Mundial de la Salud coinciden en que los azúcares añadidos no deben superar el diez por ciento de las calorías diarias, y lo recomendable para mayores beneficios es mantenerlos incluso por debajo del cinco por ciento. También insisten en reducir al mínimo las grasas saturadas. Con esas orientaciones en mente, el yogurt natural puede formar parte de la dieta varias veces a la semana; el sorbete puede disfrutarse un par de veces sin problema, siempre que no tenga exceso de azúcar; el gelato conviene reservarlo para una ocasión ocasional, y el helado debería quedar para momentos muy puntuales.
La elección, entonces, no se trata de prohibir ni de privarse, sino de saber qué aporta cada opción y en qué medida conviene incorporarla. Con moderación y preferencia por las versiones más naturales, se puede disfrutar de todas ellas sin comprometer la salud.