SADM #81 Nov/Dic 2018

Maria Fernanda Martinez, Psy.D.

Pasó el verano, comenzaron las clases y sin darnos cuenta estamos pisando los últimos meses del año. Pareciera que las fiestas más “sentimentales” están en esta época: Los Santos Difuntos, Acción de Gracias, Navidad y Año Nuevo. Siempre me he preguntado si hay alguna razón especial para agruparlas precisamente al final o si eso fue solo casualidad.

Así como muchos se van Pasó el verano, comenzaron las clases y sin darnos cuenta estamos pisando los últimos meses del año. Pareciera que las fiestas más “sentimentales” están en esta época: Los Santos Difuntos, Acción de Gracias, Navidad y Año Nuevo. Siempre me he preguntado si hay alguna razón especial para agruparlas precisamente al final o si eso fue solo casualidad.

Así como muchos se van preparando con la decoración de la casa, la comida, los regalos, las tradiciones, etc., también es oportuno prepararse emocionalmente para vivirlas. En una ocasión una persona me comentó que en esta época se “le revuelven” todos los sentimientos, los buenos y los no tan buenos. Describió su sensación como una mezcla de alegría con nostalgia.

La cotidianidad, el trabajo y las actividades en general no nos permiten reflexionar sobre nuestro mundo interno y de pronto nos quedamos desnudos frente a una fecha “sentimentalmente” importante. A lo mejor hemos pensado en la ropa, en la decoración, en el regalo perfecto, en cómo iremos y vendremos de la reunión, sin embargo no hemos pensado en cómo nos sentiremos.

Ciertamente la alegría es contagiosa pero si no estamos a tono emocionalmente y/o con el grupo adecuado, la maravillosa fiesta, el mejor de los trajes y la champaña más burbujeante no nos darán el gusto que esperábamos.

Rememorar es típico de estas fechas, aunque no necesariamente es sinónimo de reflexión. Parte de la preparación implica tomar la nostalgia y enfrentarla, es decir, darle el justo valor a los recuerdos. Si están asociados a momentos alegres, que bueno que pudieron ser vividos y guardados como parte de la historia. Si por el contrario lo que se guarda no produce placer, quedan por delante nuevas experiencias y con seguridad emociones positivas.

Cuando tenemos los sentimientos revueltos, es conveniente buscar un buen grupo, con amigos o familiares que puedan darle sustento a esa emoción. No es cuestión de evadir, sino sobreponerse a la pena compartiéndola. Muchos prefieren la soledad pues se sienten aturdidos, invadidos o sin deseos de participar cuando los demás están disfrutando. Esta decisión también es respetable. Los momentos de soledad son necesarios para reflexionar.

Por otro lado, el verdadero objetivo de las fiestas es expresar el amor y no son los regalos. Conservar las tradiciones y transmitirlas a los más pequeños es una buena excusa para reunirse agradablemente. Son momentos para valorar la convivencia y la fe, independientemente de la religión que se siga.

Por último, entender que cada año es diferente al anterior, cada uno trae una gracia aunque se quiera mantener la esencia.

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