El Programa de Asistencia Nutricional Suplementaria (SNAP), por sus siglas en inglés) es el principal esfuerzo federal de los Estados Unidos para combatir la inseguridad alimentaria. Conocido anteriormente como “Food Stamps”, SNAP proporciona a los hogares de bajos ingresos recursos para adquirir alimentos saludables mediante una tarjeta de beneficios electrónicos (EBT Card), válida en supermercados y tiendas autorizadas.
SNAP es financiado por el gobierno federal y administrado por los estados, lo que permite cierta flexibilidad en su implementación. Su diseño tiene un carácter contracíclico: cuando la economía se desacelera o el desempleo aumenta, la cantidad de beneficiarios crece, funcionando como un estabilizador social y económico.
En el año fiscal 2024, más de 41.7 millones de personas participaron en SNAP, lo que representa alrededor del 12 % de la población estadounidense. El gasto federal totalizó aproximadamente 99.800 millones de dólares, con un beneficio promedio mensual por persona de 187 dólares. La mayoría de los beneficiarios son familias con niños, adultos mayores o personas con discapacidad.
Entre las fortalezas del programa destacan su amplia cobertura nacional, su contribución a la economía local —al incrementar la demanda de alimentos en pequeñas y medianas tiendas— y su impacto positivo en la salud pública al reducir los índices de hambre y malnutrición.
Sin embargo, SNAP enfrenta desafíos importantes. El monto promedio de ayuda suele ser insuficiente para cubrir los costos reales de alimentación saludable en muchas regiones del país. Además, existen barreras de acceso para personas sin transporte o con limitaciones tecnológicas, lo que genera una menor tasa de participación entre quienes califican. Otro reto es la dependencia del financiamiento federal, que puede verse afectado por cierres del gobierno o recortes presupuestarios.
A pesar de sus limitaciones, SNAP sigue siendo un pilar esencial de la política social estadounidense. Su relevancia no se limita a la asistencia alimentaria: también representa una inversión en estabilidad económica, equidad y bienestar colectivo. Promover su fortalecimiento y modernización es clave para garantizar que ningún hogar en el país enfrente el hambre.
English Version
The Supplemental Nutrition Assistance Program (SNAP) is the United States’ leading federal initiative to fight food insecurity. Formerly known as “Food Stamps,” SNAP provides low-income households with resources to purchase nutritious food through an Electronic Benefit Transfer (EBT) card accepted in supermarkets and authorized stores.
SNAP is federally funded but state-administered, allowing a degree of local flexibility. Its design is countercyclical: when the economy slows or unemployment rises, enrollment increases—serving as both a social and economic stabilizer.
In fiscal year 2024, over 41.7 million people participated in SNAP, representing about 12% of the U.S. population. Federal spending reached approximately $99.8 billion, with an average monthly benefit of $187 per person. Most beneficiaries are families with children, seniors, or people with disabilities.
Key strengths of the program include its national coverage, its positive impact on local economies by boosting demand for food in small and medium-sized stores, and its contribution to public health by reducing hunger and malnutrition rates.
Nevertheless, SNAP faces significant challenges. The average benefit often falls short of covering the real cost of healthy food in many regions. Access barriers—such as lack of transportation or digital tools—also limit participation among eligible populations. Additionally, the program’s heavy reliance on federal funding makes it vulnerable to government shutdowns and budget cuts.
Despite these challenges, SNAP remains a cornerstone of U.S. social policy. Its importance extends beyond food assistance: it represents an investment in economic stability, equity, and collective well-being. Strengthening and modernizing SNAP is vital to ensure that no household in the country faces hunger.

