Victor Amram, Lic. Psicologia, Lic. Hipnología, PhD. Teología
A principios del siglo XX, la escuela de Psicología buscaba una forma lógica de definir a tan nóbel ciencia.
Tomado del Griego, su nombre significaba algo absurdo, poco creíble y por demás anti-científico, creer que la “Psicología es la ciencia que estudia el Alma” además de inverosímil, resultaba anticuado y fuera de sentido común.
Solo las religiones, credos y doctrinas místicas eran capaces de seguir hablando de la existencia del alma, una entidad que poseía al cuerpo desde su nacimiento y que lo abandonaba con la muerte física, pero siempre dejando un espacio para que los crédulos fieles mantuviesen la fé y el temor a lo desconocido, arma poderosa de todas las religiones, sectas y tradiciones chamánicas.
“Pamplinas” dirían los científicos españoles de la época, la ciencia moderna exige de las nuevas disciplinas que se apeguen a la rigurosidad del método científico, que solo da validez a aquellos fenómenos que son susceptibles de ser percibidos por cualquiera de los sentidos humanos o por los equipos creados por el hombre de ciencia para tal fin.
Por lo tanto, el Alma no existe, nada que hacer, la pobre no tiene cuerpo, olor, ni sabor conocido, salvo algunas especulaciones tampoco tiene peso, entonces quién invento esa patraña?, para qué?, no le basta acaso a la humanidad cargar con sus tantos problemas, para aumentárselos con creencias falsas que en poco la ayudan? Sin embargo, el ser humano sigue aferrado a la esperanza de que sea cierto, que la vida continúe, que los seres queridos parten en un “por ahora” y que después nos volveremos a encontrar; aceptar la muerte de un familiar sería casi imposible, si en el fondo no tuviésemos esa llama ardiente que nos dice que no todo se ha terminado.
La cultura Judeo-Cristiana ha mantenido frente al materialismo positivista del Mundo Occidental, que el Alma existe, es eterna y en parte se corresponde a una chispa del Creador. De lo contrario seria inútil hacerle rituales reverencias a nuestros deudos una vez que mueren. Ni los “novenarios” de los Católicos, ni la “sentada de siete días” de los Judíos tendrían ningún valor.
(Continua en la siguiente edición).
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